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El espejo del destino

 

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La principal creencia colectiva sobre la que se apoya el ego es que aquello que nos sucede es completamente casual. Estamos convencidos que los eventos de nuestra existencia son azarosos y que las distintas personas que aparecen en nuestras vidas -ya sea que nos atraigan o que nos causen rechazo- son totalmente independientes de nosotros. Nos hemos condicionado para sentir que el mundo externo no tiene relación alguna con nuestro mundo interno.

Jung nos indicó la existencia de las sincronicidades, un tipo de acontecimientos en los que sentimos inequívocamente que lo que está sucediendo está íntimamente ligado a nuestro proceso psíquico. Para Jung, estos episodios se producen cada vez que el Sí mismo logra perforar la frontera establecida por nuestra personalidad superficial. Entonces, de manera fugaz y aparentemente ajena a nuestra voluntad, se nos revela un orden desconocido, lleno de significación.

Desde el punto de vista de la astrología, lo que Jung llama sincronicidad está ocurriendo todo el tiempo, nos demos cuenta de ello o no. En el lenguaje astrológico no hay manera de distinguir entre lo “externo” y lo “interno”, lo que sucede “afuera” nuestro -en el mundo- y lo sucede “adentro” de nosotros -en la psiquis- son dos lados de una misma realidad y si uno se mueve el otro también lo hará.  Por eso, es ilusorio creer que lo que nos está pasando -nos guste o no- no debiera suceder. No somos un sujeto psíquico en un mundo azaroso de objetos que nos rodean; somos una estructura particular dentro de un campo multidimensional de vibraciones. Por eso atraemos (o somos atraídos hacia) situaciones congruentes con esa estructura. Estas situaciones tienen un contenido que debemos asimilar, que de alguna manera nos corresponde vivir; sólo su absorción nos completa (1) y nos puede llevar a un nuevo estado de equilibrio. El problema es que solemos resistir al movimiento de la vida y generalmente escapamos de aquello que debemos experimentar. Así, nuestras experiencias permanecen incompletas y en consecuencia la misma situación deberá repetirse una y otra vez hasta que sea comprendida.   

La conciencia realiza un gran salto cuando es capaz de reconocer un patrón recurrente en la propia vida. Detrás de rostros y eventos aparentemente diferentes comenzamos a entrever un dibujo, una trama que permanecía oculta a nuestros ojos.   Eventualmente, los hechos aparentemente fortuitos de nuestra existencia -dolorosos o afortunados- se unen como en una línea de puntos y reconocemos por primera vez su verdadera significación. Para la astrología cada uno de nosotros es un diseño viviente, de un enorme potencial creativo.  Pero para que este florezca es preciso que no resistamos más a los acontecimientos que vivimos, que aprendamos de cada uno de nuestros vínculos. Que nos reconozcamos en el espejo del destino. Y esto no es lo que nos han enseñado. Creemos que nuestra voluntad debe imponerse, que los demás son culpables de nuestras limitaciones. Proyectamos sobre el mundo los contenidos desconocidos de nuestra psique y nos enredamos en ellos, sufriendo y causando sufrimiento a los demás.

Tarde o temprano, cada individuo debe reconocer hasta que punto su vida es mecánica. Esto va en contra de todas nuestras ideas acerca de la libertad. Pero el hecho es que lo somos. Nuestras acciones generalmente son sólo reacciones, la mayor parte de nuestros sueños, deseos y temores no son otra cosa que la continuidad de miedos y deseos colectivos. No queremos aceptar esto. Lo rechazamos mediante todo tipo de argumentos, tanto racionales como místicos. La larga cadena de acciones y reacciones que se expresa a través de cada uno de nosotros es lo que algunas tradiciones llaman Karma. El psicoanálisis ha estudiado las repeticiones que provienen de nuestros padres. Jung nos ha mostrado el inmenso peso de lo colectivo sobre nosotros. Quizás esta cadena sea aún más compleja y provenga de las profundidades mismas de la materia. Pero saber cuáles son las causas no es lo importante, sino darnos cuenta cada vez que reaccionamos mecánicamente a los eventos de nuestra vida. Si algo nos sucede es porque teníamos que pasar por allí. De nada vale escapar o pensar que podría no haber sucedido. Sucedió y en ese acontecimiento reside un secreto que debe ser comprendido.

Solemos creer que somos libres cada vez que podemos elegir entre opciones. Pero, en realidad, si  tenemos la sensación de elegir es porque estamos divididos, muy lejos de nuestro verdadero ser. Cuando este se hace presente no hay alternativas para nosotros, no se genera la sensación interna de tener que elegir: el camino es evidente y sin encrucijadas. En cambio, cada vez que la personalidad superficial ha perdido contacto con el Sí-mismo, el diseño creador de nuestro ser genera alguna situación en la que no tendremos libertad para elegir, en la que nos sentiremos forzados a pasar por donde más tememos. Y esa es la oportunidad para descubrir nuestra verdadera identidad. De enfrentar las consecuencias de la larga cadena de reacciones ciegas con las que hemos estado identificados, en tanto individuos, en tanto familias, estirpes o naciones. En tanto que humanos.


1.Cuando decimos completo no hacemos referencia a la totalización del individuo en tanto tal, sino a la experiencia no dividida entre consciencia y destino.