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El Zodíaco después de Virgo-La dinámica de la reabsorción.

(Fragmento del libro “Ascendentes en Astrología-Parte II” de Eugenio Carutti)

Meditando en la Matriz Zodiacal, podemos percibir como toda estructura compleja se auto-limita cíclicamente. En la fase de Cáncer del Zodíaco, el sistema se divide a sí mismo a fin de generar una forma estable en su interior. La función de esa división es la de crear un receptáculo donde puedan llevarse a cabo ciertos procesos, que necesitan desarrollarse apartados del resto del sistema. Durante un período de tiempo determinado, deberán protegerse ciertas funciones incipientes, hasta que logren desarrollar las cualidades que les permitan avanzar a las fases posteriores de su evolución. El momento canceriano de todo proceso, entonces, conlleva necesariamente un recorte del campo global. Éste se fragmenta para aislar una parte de sí mismo y crear una interioridad –física o psíquica- en la que pueda crecer una diferencia que, de otra manera, sería destruida. Llegará el momento en el cual ésta habrá generado la potencia suficiente (Leo) como para enfrentar las demás fases de la secuencia.

Esta dinámica, análoga a la que cumple la función lunar en la estructura de planetas, implica una escisión interna: el surgimiento de un sub-sistema, aislado del conjunto. En toda situación en la que se manifiesta el arquetipo del ciclo zodiacal, la totalidad debe dividirse a sí misma en un momento determinado, dando lugar a la existencia de un interior y un exterior, un “adentro” y un “afuera”. Estos espacios, si bien son provisorios desde el punto de vista de lo que queda del ciclo –de Libra a Piscis- son absolutamente efectivos durante las fases de Cáncer y Leo. Todo este proceso cobrará finalmente sentido cuando la diferencia creativa, que creció protegida en su aislamiento, sea reabsorbida por el resto del sistema en las fases sucesivas de Virgo, Libra y Escorpio hasta que se produzca la síntesis en Sagitario. Lo peculiar de este movimiento es que aquello que se estabiliza en las fases de Cáncer y de Leo parece separarse realmente del resto, creando la ilusión de constituir una entidad autónoma que se siente inmersa en un universo de entidades igualmente autónomas. Por su parte, aquello que permanece provisoriamente excluido, continúa su evolución hasta que las dos líneas de este despliegue –lo protegido y lo excluido- vuelvan a encontrarse en el momento que la matriz tiene prefijado para hacerlo. El segundo hemiciclo del Zodíaco contiene el diseño arquetípico de este movimiento de reabsorción en el que se producen una serie de transformaciones. Mediante éstas, la totalidad reorganiza primero –Libra, Escorpio, Sagitario- y finalmente lleva a su culminación y disuelve –Capricornio, Acuario, Piscis- la forma que había construido inicialmente. Este patrón, que es relativamente sencillo de reconocer en muchos procesos físicos y biológicos, no es fácil de comprender en aquellos casos en los que está involucrada la conciencia humana. La razón de esto es que nuestra psiquis se identifica con los movimientos de manifestación, estabilización y expresión (los patrones dominantes en el primer hemiciclo), mientras que la índole de la reabsorción le resulta absolutamente ajena e incluso amenazante.

[...] Si observamos con atención la pauta energética de las fases de Cáncer y Leo, podremos ver que estos dos signos simbolizan toda la dinámica de nuestra psiquis en su actual estadío evolutivo. Los primeros momentos de su desarrollo se corresponden con la fase de Cáncer, es decir, el surgimiento de una interioridad extremadamente vulnerable que se experimenta separada del mundo. A través de una serie de identificaciones con el medio familiar y social, este interior desarrolla una memoria sobre la cual construye su sensación básica de identidad. Ésta –el yo- se ubica como el centro de toda experiencia futura, la cual será interpretada en los términos del recuerdo bajo la forma de una narración lineal, la construcción de una historia, tanto colectiva como personal. Esta auto-referencia perceptiva es lo que le permite al “centro interior” obtener la sensación de continuidad que necesita. El paso siguiente, Leo, encarna la posibilidad de des-identificarse –por lo menos en el nivel consciente- de las matrices familiares y sociales anteriores, para comenzar a expresarse como un individuo autónomo. En una segunda vuelta de espiral del patrón leonino, esta elaboración de las identificaciones se referirá a las imágenes arquetípicas que la “interioridad” proyectaba sobre el mundo “externo”, dando lugar a lo que denominamos proceso de individuación. Todo este proceso es un presupuesto básico de nuestra organización psíquica. Sin él, no existiría una identidad diferenciada que pudiera hacerse cargo de las experiencias de la vida. Sin embargo, es evidente que esta necesidad de nuestra constitución acentúa la importancia de experimentarnos como diferentes y separados de los acontecimientos que nos rodean, estableciendo una distinción tajante entre lo “externo” y lo “interno”. Esto se traduce, en nuestra civilización actual, en la alta valoración depositada en la posesión de una fuerte identidad autocentrada, capaz de proyectar su mundo “interno”-deseos, emociones, ideas y proyectos- sobre lo “externo”, a fin de modelarlo “a su imagen y semejanza”. Cualquier persona con conocimientos básicos de Astrología puede reconocer la fase leonina del Zodíaco en este ideal cultural. Cada vez que concebimos al ser humano como “rey de la creación”, “hijo dilecto de Dios”, o como “individuo destinado a conquistar el Universo”, se hace evidente que –en el nivel colectivo- estamos fuertemente identificados con los niveles más básicos del diseño arquetípico de este signo. 

[...] Los niveles básicos de la conciencia se caracterizan por identificarse con las experiencias previamente vividas, con lo cual tienden a separarse del flujo natural de los ciclos y sus transformaciones. Dentro del despliegue del arquetipo zodiacal, la conciencia plenamente identificada con la interioridad canceriana-lunar primero y con la diferenciación leonina-solar después, tendrá una enorme dificultad para comprender el sentido del proceso que la hace retornar al orden de la totalidad. Hemos dicho que las fases del segundo hemiciclo del Zodíaco describen las transformaciones necesarias en el camino de la reabsorción. Sin embargo, el apego de la psiquis a la forma de las etapas anteriores le impedirá entregarse con naturalidad al camino de retorno. La coincidencia –el isomorfismo- entre un nivel de las cualidades de Cáncer y Leo y nuestra estructura psíquica es algo que suele pasar inadvertido. Por tal razón, cuando explicamos el Zodíaco desde el punto de vista psicólogico, habitualmente no percibimos que lo que en realidad estamos haciendo es describir las reacciones de una estructura Cáncer-Leo a las demás cualidades zodiacales. Una cosa es la secuencia arquetípica en la cual los distintos signos devienen naturalmente los unos en los otros. Y otra muy distinta es aquélla en la que lo que se describe son las adaptaciones de la psiquis a la cualidad propia de las fases posteriores a Leo. Esto es, el modo en el que se desarrolla el conflicto entre las necesidades del fragmento y el orden de la totalidad. Este punto es crucial para toda reflexión astrológica.

En tanto humanidad, todos respondemos a esta matriz por la cual se conforma una interioridad que alimenta la ilusión de ser totalmente independiente de aquello que la rodea. Hoy por hoy nosotros somos eso, tanto como individuos en relación a un posible destino personal, como colectivamente en relación a la vida en la cual estamos inmersos. Por esto nos es tan costoso comprender la segunda mitad de este movimiento, el Zodíaco de Virgo a Piscis, en la cual la parte debe disolverse en el sistema que la generó, a fin de aportar su diferencia creadora.