La Crisis de Crecimiento
La Tierra atraviesa una extraordinaria crisis de crecimiento; por eso nosotros los humanos - los orgullosos seres identificados con la mente- deberemos enfrentarnos inevitablemente con nuestras limitaciones. El yo, nuestro sentido de la individualidad personal, es una creación del pensamiento. Un acuerdo colectivo. Esta estructura mental es demasiado pequeña para aceptar la vida en toda su complejidad; el yo continúa en otro plano el anhelo de supervivencia de todo lo viviente; es el heredero de la cadena de miedo que recorre toda la evolución. Cada uno de los seres que nos preceden en la escala de la vida desde los insectos hasta los mamíferos, está programado para reconocer solo un fragmento del universo y habitarlo. Su sistema nervioso no posee la complejidad suficiente como para procesar la abrumadora cantidad de información que lo rodea. Está diseñado para simplificarla; cada uno de ellos ignora la existencia de otras dimensiones que son evidentes para seres más complejos como nosotros. Nuestro cuerpo contiene dentro de si todas las estructuras que nos precedieron en la evolución y al mismo tiempo posee capacidades inimaginables para esos seres.
Pero ¿se ha desarrollado en nosotros todo el potencial que la vida nos legó? ¿O nos hemos estancado en un nivel de nuestras posibilidades y estamos simplificando la realidad reduciéndola a la dimensión de nuestras construcciones nacidas del miedo? Cualquier ser humano que haya siquiera atisbado la profundidad de nuestra relación con las estrellas a través de la astrología no puede dudar ni por un instante cual es la respuesta correcta a estas preguntas.
Somos el organismo más sensible de la Tierra. Por eso podemos registrar una enorme cantidad de información inaccesible para otros seres. Pero no nos damos cuenta que lo que percibimos también nos abruma y nos asusta. Y que por eso nos encerramos en nosotros mismos para protegernos. Construimos un muro de creencias, un universo cerrado a nuestro alrededor que habitamos ingenuamente, tal como si fuéramos insectos. Cada tribu humana ha hecho esto, cada civilización; cada linaje, cada familia, cada individuo lo hace. Nos aislamos negando todo aquello que no comprendemos mediante creencias, argumentos, fantasías que tomamos por verdades absolutas, por ideas geniales. Pero a diferencia de los insectos, a nosotros nos ocurre lo que llamamos destino. Estamos "condenados" a que los acontecimientos nos revelen las limitaciones de nuestras construcciones, la ilusión de nuestros deseos. La complejidad de la vida se nos impone destruyendo nuestros nidos de creencias y obligándonos continuamente a aprender. Paradójicamente, suelen ser las ilusiones de los otros seres humanos las que más chocan con las nuestras y nos hacen sufrir. Esos cruentos choques de creencias y necesidades ilusorias se manifiestan bajo la forma de guerras, interminables luchas por el poder, injusticias sociales; la batalla entre las distintas construcciones humanas acerca de la realidad; tribu contra tribu. Nación contra nación. Pero también en nuestro mundo íntimo chocan las construcciones e idealizaciones con las que nos hemos identificado. El interminable conflicto entre los que decimos amarnos, entre hermanos, entre padre e hijos, entre esposos y amantes. No nos damos cuenta que entre todos hemos construido una realidad ilusoria que rechaza nuestras diferencias reales, que ignora la enorme complejidad del deseo, niega la crueldad que el miedo y el orgullo generan en nosotros. No solo en las guerras sino en los hechos más pequeños, somos incapaces de advertir cuantas veces nuestra alegría proviene del dolor de otros; si estamos felices porque nuestro equipo de fútbol ganó no queremos darnos cuenta que necesariamente otros sufren por la derrota; y no queremos reconocer que su tristeza nos da un inmenso placer. No queremos enterarnos que el orgullo de la madre por su hermosa hija hiere irremediablemente el corazón de alguna niña que nuestros circunstanciales criterios de belleza consideran fea; que ensalzar la inteligencia de algunos es marcar para siempre la supuesta insuficiencia de otros.
El ego es inevitablemente cruel porque vive encerrado en las paredes del mundo que ha creado creyéndose especial y único, con el derecho de satisfacer todos sus caprichos. Pero tarde o temprano el destino chocará contra esa montaña de ilusiones. Deberá derrumbar esos muros. ¿Qué haremos entonces: los reconstruiremos nuevamente o nos daremos cuenta de la pequeñez de nuestro mundo? ¿Aceptaremos la enorme complejidad de la vida y nos abriremos a la excitante aventura de descubrir las ilusiones que hemos construido?
Las posiciones de los planetas en el cielo nos indican que estamos viviendo un tiempo de extrema complejidad. Que quizás nos lleve a reconocer que la mente humana tal como la conocemos es aún muy pequeña; un anillo de miedo capaz de grandes proezas tecnológicas pero realmente ignorante en lo vincular. Pero que tiene el potencial para que en ella pueda manifestarse una conciencia planetaria.